Para abrir boca

13 diciembre 2010

Las deslocalizaciones de UPN

El final de la legislatura, como era de prever, está impregnado de ese aire entre melancólico y decadente que suele caracterizar los traspasos de caudillaje: mientras el saliente se empeña en dejar claro continuamente que sigue mandando, la aspirante pretende dar a entender que las cosas han cambiado, y seguirán cambiando, aun a costa de enmendar la plana a su mentor: necesita demostrar y consolidar su aún incipiente poder. Los cortesanos, por su parte, se esmeran en captar las variaciones en los delicados equilibrios del poder y se van deslizando hacia el nuevo sol, procurando no quedar con las posaderas al aire ni herir innecesariamente a quien, desprovisto ya del dedo munificente, poco tiene que ofrecer. Agazapado en las sombras, algún heredero despechado habrá (siempre los hay), tejiendo apoyos, evaluando riesgos y esperando acontecimientos.

Pero personas y talantes aparte, las organizaciones suelen tener instinto de supervivencia, especialmente cuando amalgaman intereses tan poderosos, y todos se aprestan a la batalla electoral, exhibiendo esos logros, esas hazañas de gobierno que, dirán, han conseguido que seamos lo que somos. Asistiremos a la consabida, espasmódica y cuatrienal orgía de inauguraciones de obras sospechosamente diferidas (en esto nadie le gana a la alcaldesa Barcina) al último año de la legislatura; a la exhibición de modernidades que quieren ser modernizaciones pero que a menudo no pasan de caspa sofisticada (y cara, muy cara), en la que estridencia, desmesura y derroche se unen en una trinidad casi perfecta.

Lo que pueda ir mal en Navarra (recuérdese que no hace tanto el consejero Roig nos prometía el pleno empleo al cuadrado) es por causa de una crisis global. El mal de muchos que actúa como parachoques infalible y excusa perfecta (eso sí, cuando las cosas van bien, siempre es por méritos propios). Y cuando esto no parece suficiente, se apela a la verdadera crisis, la de valores, de los cuales es UPN, al parecer, portador eterno. Así, de una forma u otra, la globalización, cualquiera que sea el significado concreto y los matices que queramos añadir al concepto, es la gran excusa exhibida, y esgrimida, es el artilugio que nos permite justificar lo que va mal o lo que se quiere hacer pero avergüenza reconocer. Entre otras cosas, la globalización se ha utilizado como excusa para reducir impuestos a las rentas más altas y a las más volátiles, esto es, las rentas del capital, incrementando, ahí donde el sistema público era ya de por sí débil, la fragilidad del sistema de prestaciones sociales, con las consecuencias que se han podido apreciar desde el mismo momento en que estalló la actual crisis. También ha sido la globalización baluarte eficaz para prevenir mejoras salariales o para justificar reformas laborales y, en general, relajamientos de derechos a favor del mercado. Se agita para ello el fantasma de la deslocalización.

Efectivamente, hay deslocalizaciones. Las ha habido siempre, porque es inherente a la naturaleza de los procesos económicos. La literatura admite como causas más comunes las diferencias salariales o la búsqueda de legislaciones laborales, sociales o ambientales más laxas. Pero esa deslocalización no es necesariamente negativa. Todo depende de la solidez del tejido económico y de las políticas que se apliquen. Sin embargo, en Navarra hemos visto en los últimos tiempos algunos casos de deslocalización mucho más preocupantes por su impacto cualitativo y, lo que es peor, inducidas o alimentadas por la Administración de UPN. Me centraré en cuatro.

Deslocalización tecnológica, perpetrada con la venta de EHN. Las razones aportadas fueron de escaso fuste; si había otras quizá no eran confesables. Para colmo, el producto de aquella venta se utilizó para especular en bolsa y servir a intereses políticos espurios. Y por cierto, con Caja Navarra de por medio, protagonizando jugosas operaciones y haciendo caja: otra constante de los últimos años de gobierno de Sanz, la obsesión por generar liquidez a la banca cívica a costa de recursos públicos.

Deslocalización cultural
: la más que evidente desidia de la Administración de UPN (foral y municipal: Barcina y su capitalidad cultural) en la gestión del asunto de la colección Huarte Beaumont culminó, como es bien sabido, en la cesión de la misma a la Universidad del Opus Dei. La negligencia es censurable siempre, pero resulta sospechosa cuando beneficia a los amigos.

Deslocalización de infraestructuras: la Autovía del Camino. Otro de los méritos de UPN es haber incrementado sustancialmente el endeudamiento de Navarra haciendo trampa y ocultándolo en los balances mediante el recurso al peaje en la sombra. Este procedimiento encarece considerablemente el producto final, frente a otras formas más ortodoxas de financiación. En el caso de la mencionada autovía, tal encarecimiento se agrava a causa de maniobras poco explicadas, alguna de las cuales ya censuró la Cámara de Comptos: doble contabilización del IPC, premios por finalización adelantada, sospecha de subestimación de aforos para incrementar de hecho el retorno financiero (y, por tanto, el nivel de endeudamiento efectivo de la hacienda de Navarra). Y todo para terminar vendiendo la obra a un banco alemán; o lo que es lo mismo, la Hacienda Foral alimentando pelotazos y, de paso, transfiriendo excedentes financieros a Alemania, donde ya se sabe que andan escasos. Excelente. Y, para variar, la banca cívica en medio haciendo caja.

Deslocalización financiera. Con la misma opacidad que ha caracterizado las operaciones ya descritas, nos volvemos a encontrar con la virtual desaparición de la única entidad financiera propiamente navarra y su dilución en un ente extraño, de composición variable e incierta y suspirando por un tiburón financiero especializado en bancos en crisis. Mediando, además, un suspenso en las pruebas de esfuerzo. Toda una proeza para una entidad que solía alardear de su solidez financiera y su prudentísima gestión. No cuadra. Como no cuadra que la entrada de JC Flowers se justificara por la inconveniencia de acudir al FROB y ahora, con la incorporación de Cajasol se vayan a pedir nada menos que 1.000 millones. Por cierto, lo último que se conoce sobre el acuerdo con JC Flowers incrementa las sospechas de «pelotazo» profesional, esto es, hacer carrera personal (carrerón, diría) en una institución tutelada por el sector público, con la complicidad de éste y a costa de los ahorros de los navarros: ándeme yo caliente...

¿Por qué denominar deslocalizaciones a estas operaciones? La razón es bien sencilla: porque en todos los casos suponen una pérdida de capacidad de decisión propia a favor de centros localizados fuera. Y, en este mundo de comunicaciones instantáneas, donde la información y el conocimiento no se desplazan sino que se difunden, donde la capacidad para competir está íntimamente ligada a la capacidad para decidir, traspasar ésta al exterior es de por sí una pérdida sustancial, agravada por afectar a ámbitos particularmente sensibles todos ellos: tecnología, infraestructuras, cultura y finanzas. ¿Quién da más? Lo más grave de todo es que, seguramente, hay una clara conciencia de todo esto, es decir, alevosía y premeditación: ¿no será que, para celebrar adecuadamente el aniversario de 2012, pretenden culminar lo iniciado en 1512?

Como suele ocurrir en estos casos, el lehendakari Sanz aspirará seguramente a pasar a la historia con halagüeños títulos; yo propondría uno que hace justicia a algunos de sus más llamativos méritos: Sanz el Deslocalizador.

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08 noviembre 2010

Nafarroa Bai, la izquierda y el nacionalismo

Nafarroa Bai está inmersa en un intenso, denso y a menudo tenso debate. Todo el mundo lo sabe, no se oculta e, incluso, algunos medios tienden a exagerarlo, ellos sabrán con qué fines. Es curioso lo que ocurre con los partidos y las organizaciones políticas en general. Cuando se debate (véase el caso de las primarias en el PSOE madrileño), desde dentro se apela a la higiene o buena salud democrática y desde fuera se critica, aludiéndose a la división y la escasa fiabilidad. Se llega a poner como ejemplo de buen funcionamiento el del PP, tan parecido al sistema del «dedazo» mexicano. Y siempre es lo mismo. ¿Quién es más fiable, quien debate internamente o quien en tiempos de crisis reorienta el presupuesto para seguir alimentando la cuenta de resultados de los de siempre, a costa de un inmenso derroche? ¿El que debate o el que promete cambio y asegura su disposición a adelantar por la izquierda, para quedarse en monaguillo del derrochador? ¿Quien debate o quien dice ser de izquierdas pero sanciona la operación de Banca Cívica?

Pero a lo que iba. La última entrega del culebrón NaBai es la decisión de Batzarre de salir de la coalición. Decisión inobjetable y que debe ser aceptada porque entra en el ámbito de soberanía de ese partido. Pero también lamentable por cuanto empobrece Nafarroa Bai al perder un capital humano y político valioso. En Nafarroa Bai, se ha repetido hasta la saciedad, no sobra nadie y todo el mundo tiene algo que aportar. Y, por supuesto, que no guste esa decisión (o que guste, que de todo habrá), no debe ser excusa para que se pierdan las formas y se falte al inexcusable deber de cortesía con quien ha sido socio tantos años. No cabe sino desear lo mejor a las personas que componen Batzarre.

Pero también es necesario introducir alguna lógica en el análisis para evitar desenvolvernos entre falacias. Se ha reiterado que Batzarre aportaba el componente no nacionalista a Nafarroa Bai y que, con su marcha, la coalición pasa a ser estrictamente nacionalista. Igualmente se argumenta que Batzarre asegura el ingrediente izquierdista vital para la coalición. No niego, es imposible hacerlo, que Batzarre sea de izquierdas o que no sea nacionalista vasco. Pero deducir que al marcharse desaparecen esas características de Nafarroa Bai es un exceso lógico que no se sostiene ni formal ni conceptualmente. Que otros lo digan, es normal. Es la vieja estrategia de repetir cansinamente algo con la esperanza de que el público se lo crea. Que lo diga la derecha política y mediática es normal: tiene miedo y agita los fantasmas de siempre (sus fantasmas) para seguir parasitando los recursos públicos de Navarra en beneficio de los suyos. Que lo diga el PSN es normal: con el papelón que han representado esta legislatura y unas expectativas poco halagüeñas, ponen su esperanza en la distorsión y la división de quien hace tiempo les adelantó por la izquierda. Que lo diga Izquierda Unida es normal: con un PSN desacreditado trata desesperadamente de convencer de que son «la» izquierda; y, además, no nacionalista. Lo preocupante es que sea asumido sin mayores reparos por las bases sociales de Nafarroa Bai, porque no es cierto. Si fuera cierto cuanto se dice desde fuera de Nafarroa Bai, y que a veces se asume internamente, ¿habría llegado a ser la segunda fuerza política en Navarra en un contexto tan hostil? Creo que no.

Nafarroa Bai es una coalición plural, rica, transversal, como se dice ahora, con un alma de izquierda y sensibilidades diversas, pero todas ellas progresistas. Y no vale apelar a lo que hacen sus componentes en otros ámbitos, sino a lo que hace Nafarroa Bai. Y lo que hacen otros que pretenden encarnar «la» izquierda (que, por cierto, han gobernado en Vitoria sin que se les abrieran las carnes). ¿Es acaso de izquierdas bendecir una operación de deslocalización que deja la institución financiera navarra por excelencia en manos de un tiburón financiero? ¿Es de izquierdas apoyarse en una de las patas del régimen de UPSN o aprobar el estafermo del Plan Moderna?

Que hay componentes claramente de izquierdas en Nafarroa Bai es innegable. Porque ser de izquierdas no se termina con el ejercicio más o menos benevolente o bienintencionado de algún tipo de beneficencia laica. Va mucho más allá y tiene que ver con la igualdad, los derechos sociales, la equidad fiscal, la sostenibilidad ambiental… Que Batzarre abandone Nafarroa Bai no significa que desaparezcan estos elementos definitorios. Queda mucho rojerío dispuesto a seguir trabajando por sus ideales y por la transformación efectiva de la sociedad navarra, más necesaria que nunca en estos tiempos de tribulación económica y desasosiego social. Y obsérvese que digo transformación, que pasa por la construcción de consensos sociales, la aceptación de las diferencias y las cesiones. No hay otro camino. La alternativa es sentarse en un rinconcito confortable a rumiar dogmas o principios irrenunciables mientras la vida pasa gestionada por otros.

Lo mismo cabe decir del nacionalismo (vasco). Al parecer, sin Batzarre, Nafarroa Bai se queda en una mera coalición nacionalista (vasca). Si consideramos las tres acepciones que recoge el DRAE para el término nacionalismo, creo que cualquier persona puede ser considerada nacionalista. Además, están quienes se definen a sí mismos como nacionalistas. Y, por último, quienes son calificados así, a modo de sambenito ultrajante o descalificatorio. Por ejemplo, si una persona considera que preferiría un estado vasco (o navarro) independiente, es calificada inmediatamente de nacionalista. Pero si es partidaria de mantener el actual estado de cosas o, incluso, se manifiesta a favor de aplastar cualquier intento de secesión, no es considerada nacionalista (española). Curioso e irracional. Yo, por ejemplo, no me definiría como nacionalista, al menos en la acepción fuerte del término. Como muchas personas que mantienen algún compromiso más o menos explícito con Nafarroa Bai; o como, estoy seguro, muchos miles de sus votantes. En el abanico político navarro hay nacionalismos, de uno u otro signo, mucho más nocivos, porque son excluyentes e intolerantes. Nafarroa Bai es posiblemente la única formación política en la que cabe toda Navarra. La Navarra de UPN, el PP o el PSN, su discurso y su práctica política, se basan en la exclusión o la marginación de una parte sustancial de la sociedad que pretenden gobernar, practicando una suerte de canovismo foral con rasgos de apartheid. Y en esa estrategia vale todo.

Las condiciones no son las mejores, pero Nafarroa Bai debe empeñarse ahora en presentar su mensaje al conjunto de la sociedad navarra, en explicar detalladamente sus propuestas y en actuar hacia fuera con la misma transparencia con que ha desarrollado sus debates internos. Seguro que la sociedad sabrá responder.

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11 octubre 2010

Independientes en Nafarroa Bai (resumen)

Para quienes no deseen o no tengan tiempo para leer el texto completo, aquí va un resumen del mismo. Para verlo a pantalla completa, una vez cargado seleccionar en "More" (a la derecha) "Fullscreen".


And here is the rest of it.

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10 octubre 2010

Independientes en Nafarroa Bai

Soy independiente. He asumido gustosamente un compromiso público con Nafarroa Bai cuando se ha estimado que mi colaboración podía ser conveniente u oportuna. A día de hoy mantengo tal compromiso, aunque no tenga una expresión pública explícita.

Esta declaración es, creo, un prolegómeno necesario para entrar en materia, que no es otra que los últimos acontecimientos habidos en relación con la asamblea de Artika y el papel de los independientes en Nafarroa Bai. Para empezar, la confusión generada hace necesario matizar, por enésima vez, que dicha asamblea no lo fue de independientes, sino de personas afines a Nafarroa Bai, lo que se ha dado en llamar nabaizales (en otros ámbitos se han propuesto otras denominaciones para designar a quienes simpatizan con la coalición, como nabaikides, pero creo que esto es lo de menos). Ni nombre figuraba entre quienes la convocaban (el procedimiento para seleccionar ese grupo de personas ya se ha explicado), porque creí, creo, que el debate siempre es conveniente, que el momento lo requería y que podía ser de utilidad.

Uno de los elementos que me ha dejado peor sabor de boca de cuanto se ha podido oír en los últimos meses es un discurso antipartidos que lleva, incluso, a minusvalorar, cuando no despreciar, el papel de sus militantes. No se trata de teorizar sobre ello ni de negar los inconvenientes del sistema de partidos en general y del funcionamiento de partidos concretos en particular. Pero Nafarroa Bai no sería nada sin los partidos que la conforman. De vez en cuando surgen comentarios o reflexiones que se delectan morosamente en la idea de una Nafarroa Bai (con la denominación que fuere) sin partidos. Algo que sería gozosamente acogido y jaleado en todo el abanico político, aunque condenado, en el mejor de los casos, a ser flor de un día y puntilla de cualquier posibilidad de cambio en Navarra. Con más frecuencia de la deseable se oye argumentar en términos de «nosotros» (los puros, los independientes) contra «ellos» (los contaminados, los partidos), siendo ese «ellos» informe y de composición variable, de manera que un partido puede pasar de ser considerado carne de altares a hechura de Satanás a golpe de coyuntura.

Es probable que mucha gente se apresure a negar cuanto estoy diciendo. Son cosas que cuesta reconocer. Pero son un hecho cierto y ahí están, gusten o no. Con los militantes ocurre algo parecido. Se oyen comentarios que parecen destilar una concepción de la militancia como un estado imperfecto o inacabado, frente a la perfección seráfica de los agraciados con la condición de «independientes», cuando en realidad se podría decir lo contrario, puesto que las personas que militan tienen, al menos, la virtud del compromiso, incluso en la disidencia o el desacuerdo. Y se ignora, quizá deliberadamente, que sin el trabajo voluntario de muchas de estas personas Nafarroa Bai no hubiera sido nada, porque la base logística que hace que la coalición esté presente en muchos lugares y se puedan hacer cosas tan elementales como mítines o charlas (más se deberían hacer) la aportan ellas.

Se ha hablado mucho, y no voy a abundar en ello, sobre la condición de independiente en Nafarroa Bai. A menudo he dicho que no me gusta la palabra, aunque la utilizo por pura convención. En todo caso, como ya se apuntó en Artika, hay una incoherencia lógica en el hecho de reivindicar la organización de los independientes a la manera convencional. No niego que pueda existir alguna forma organizativa, que caracterizaría como «difusa», pero la desconozco y tampoco sé que haya ninguna propuesta concreta al respecto. Por mucho que moleste que se diga, si las personas independientes se organizan al modo convencional y piden su tocaparte en los órganos de decisión de Nafarroa Bai en cuanto tal colectivo, quizá no sean un partido en el sentido estricto del término, pero sí un cuasi-partido, un grupo organizado que se comporta como si fuera un partido. ¿Y qué pasa con quienes no quisieran integrar ese grupo? ¿Tendrían derecho a formar su propio grupo y reclamar su representación? ¿Dónde está el límite? No está, porque es convencional, porque, en última instancia, cada persona independiente es un partido. Quizá es que se confunde independencia con ansias de pertenecer a un partido denominado Nafarroa Bai. Pero eso es otra cosa, bien distinta. En mi caso, puedo decir que aunque existiera esa posibilidad de afiliación, muy probablemente seguiría siendo independiente.

Apoyé el acuerdo Aralar-EA en su momento, no porque fuera perfecto, que no lo era, sino porque era un primer paso en el camino que consideraba adecuado, el de la supervivencia de Nafarroa Bai. No tengo ninguna duda de que si no se hubiera abierto el melón en ese momento, habría llegado el momento de cerrar listas y todavía se estaría discutiendo de estas cosas. Aplaudí la posterior incorporación del PNV porque iba en la misma dirección y contribuye a enriquecer Nafarroa Bai. (una digresión: no soy del PNV ni estoy en el «entorno jeltzale». Mis convicciones izquierdistas no tiemblan ante la presencia de ese partido en Nafarroa Bai. Más aún, la considero imprescindible. Y nadie destilando un conservadurismo brezneviano me va a explicar con quién hay que asociarse para ser «progresista, de izquierdas y abertzale»). Deseo igualmente que Batzarre continúe en Nafarroa Bai porque también tiene mucho que aportar. Aquí no sobra nadie, a nadie se puede obligar a estar y la lealtad interna debe ser un requisito esencial para que su funcionamiento sea fluido y eficaz, algo que, a pesar de la imagen idílica que a veces se transmite, no ha ocurrido estos últimos años. Tampoco me parece mal que las personas independientes que participen en los órganos de decisión de Nafarroa Bai lo hagan en función de sus responsabilidades públicas en representación de la coalición. Creo también que se ha hecho un fetiche de la paridad, cuando es un aspecto menor y se pueden conseguir los mismos objetivos con otras fórmulas. Asumo el riesgo de anatema.

Siguiendo con el papel de pitufo gruñón (qué le vamos a hacer, hoy toca disentir), no comparto buena parte del contenido del escrito enviado por los organizadores de la asamblea de Artika a la Permanente de Nafarroa Bai y del que habla la prensa, respondiendo al comunicado enviado por Aralar, EA y PNV a dicha asamblea. Puede ser discutible la forma utilizada por estos partidos, así como la negativa a hacer uso de la palabra. Pero el escrito me pareció claro y respetuoso. Ya sabemos que el antónimo de abierto es cerrado. Pero eso ni pone ni quita a que una cosa pueda estar abierta y formar parte de un proceso irreversible. Y debe ser irreversible, a no ser que se pretenda obviar los errores del pasado, ignorar lo que ha funcionado mal y mantener las cosas como están a cualquier precio. Lo inmóvil sólo puede estar cerrado, nunca abierto, porque es ajeno por naturaleza a todo cambio.

En un ejercicio aritmético ingenuo, algunas personas atribuyen a «los independientes» todos los votos de Nafarroa Bai que no son de cada uno de los partidos (utilizando para ello, curiosamente, resultados de elecciones pasadas que, sin embargo, no son válidos cuando otros intentan servirse de ellos). En mi opinión, ese diferencial no sería atribuible en cuanto tal a la presencia de independientes sino al hecho mismo de la conformación de la coalición, esto es, a la unión de los partidos. La coalición aporta el caldo de cultivo de un espacio transversal en el que se cuenta con personas independientes. Una concepción que entiendo errónea de este hecho, así como el intento de apropiación de unos resultados electorales que a todos pertenecen, termina por generar una situación que se antoja paradójica, y es que esa función aglutinadora, de argamasa, de aproximación de diferentes y hasta distantes, que debería corresponder a los independientes, se ha transferido a los partidos y sus militantes. Quizá sea un fracaso de los independientes. Quizá es que las cosas no podían ser de otro modo, precisamente por la imposibilidad lógica del concepto de «independientes» como grupo organizado.

Es hora ya de dedicarse a los problemas de la sociedad navarra, a la crisis, a las alternativas económicas, al problema ambiental, al modelo de sociedad. Y dedicarse a ellos con la responsabilidad de quien debe ser actor fundamental en su definición. Si no es así, estaremos ante un inmenso fracaso del que todos seremos culpables. Dicho sea desde la posición estrictamente personal de un independiente… ¿será el momento de definirse como independiente de los independientes de Nafarroa Bai?

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20 agosto 2010

Un suspenso para Banca Cívica

Es de esperar que los resultados de la prueba de esfuerzo (stress test) realizada a la banca española y europea no habrán sentado muy bien en la sede de Banca Cívica (en Madrid) ni, por tanto, en la de Caja Navarra (¿en Pamplona?). Los argumentos utilizados para justificar tales resultados han sido pueriles y consisten, en esencia, en el manido truco de matar al mensajero: el problema está, se ha dicho, en la metodología utilizada, sobre la que existe consenso en Europa. Ha faltado tiempo para anunciar la entrada de capital privado (estadounidense) y, por tanto, el inicio de la privatización de la entidad. Ciertamente, hay que situar la prueba de esfuerzo —que no de solvencia, como se ha llegado a escribir— en su contexto y no perder de vista lo que trata de medir. Como tampoco hay que olvidar las razones que llevaron al Gobierno y al Banco de España a realizar la prueba a un número inusitadamente elevado de entidades. Pero, finalmente, sólo cuatro de un total de veintisiete no la superaron. Así pues, las cosas no parecen ir como se anunció a bombo y platillo —en esa permanente confusión de información con propaganda— que iban a ir. La manera misma en que se anuncia la entrada de JC Flowers en Banca Cívica, y los detalles de la operación, no hacen sino añadir leña al fuego. Vayamos por partes.

La ilación de los acontecimientos puede hacer pensar que la entrada de JC Flowers en el capital de Banca Cívica es una respuesta al resultado de la prueba de estrés. Si así fuera, revelaría una gestión errática y alejada de la prudencia que, según los manuales al uso, debe presidir el gobierno de las entidades bancarias. Un socio no se busca de un día para otro, como si de ir al mercado se tratara. Lo cual conduce a pensar que las negociaciones con JC Flowers se venían desarrollando desde tiempo atrás, quizá antes incluso de anunciarse la fusión de las cajas que conformaron inicialmente Banca Cívica. ¿Quiere eso decir que ya se sabía que iba a ser necesaria alguna inyección de capital? Es probable, pero eso descubre lagunas significativas en la información suministrada a la opinión pública navarra.

El socio elegido es un inversor dedicado al sector financiero (según Bloomberg Business Week está especializado en buyouts —compra de participaciones mayoritarias en una empresa; cuando se trata de empresas públicas se denomina going private—). En algún comentario de prensa —escrito en tono laudatorio a raíz del anuncio de su entrada en Banca Cívica— se define a JC Flowers como un «tiburón» financiero, término que se suele aplicar, con matiz claramente despectivo, a operadores que, lejos de crear riqueza, la sacrifican al beneficio inmediato. En todo caso, de lo que se va conociendo se desprende que JC Flowers o bien no es un lince de los negocios, puesto que junto a transacciones claramente beneficiosas ha protagonizado otras ruinosas; o bien se dedica a operaciones de alto riesgo, seguramente buscando eso que en castellano se describe tan gráficamente con el término «pelotazo». Igualmente se observa una preferencia por entidades públicas o semipúblicas en mala situación. Así ha ocurrido con algún banco japonés o alemán y, recientemente, con la mutua británica Kent Reliance o con Cajasur. Un estimable socio de referencia. Habrá que ver cómo queda la distribución accionarial si JC Flowers se hace finalmente con el 30% del capital de Banca Cívica.

En cualquier caso, no se trata de criticar estrategias empresariales en cuanto tales. Las perspectivas de Banca Cívica pueden fortalecerse con estos cambios y el futuro ser brillante. Pero sí cabe cuestionarse si es la estrategia más adecuada para una entidad con un marcado carácter social y territorial en su mismo código genético y bajo la tutela del Gobierno de Navarra. Las preguntas pertinentes son: ¿Quién decide? ¿Con qué criterio?

J.K. Galbraith, un economista brillante que vuelve a estar de moda en estos tiempos de crisis tras años de injusto ostracismo intelectual, venía a decir en su libro El nuevo Estado industrial que la gestión de las grandes corporaciones se evade del control de los accionistas o propietarios y sus objetivos pasan a estar más relacionados con los intereses de los gestores que con la pura maximización del beneficio. Cuando se trata, además, de empresas públicas o de entidades que jurídicamente carecen de propietario, como las cajas de ahorros, es más fácil aún, de tal manera que se dan auténticos «pelotazos» profesionales sin pasar por escrutinio alguno. Un caso paradigmático de ello fue en su día la gestión de Villalonga en Telefónica. ¿Será Banca Cívica otro conspicuo ejemplo? De alguna manera, en todo este proceso ha habido una confluencia, premeditada o no, de intereses entre los gestores de Caja Navarra y el Gobierno de Navarra. Interés político e interés corporativo que convergen para utilizar Caja Navarra en beneficio propio. La mencionada ausencia de propietario y el déficit democrático de la regulación legal de Caja Navarra han favorecido esta situación, así como el uso propagandístico de la entidad. Cuando los resultados no son positivos, se mira para otro lado y se elude cualquier asunción de responsabilidades. Lejos de eso, los muñidores de la cosa quedan bien protegidos y con los riñones cubiertos.

El fondo de la cuestión es una operación política auspiciada por el dogmatismo inclemente y estulto de Miguel Sanz, aunque sea al enorme coste de perder capacidad de decisión e, incluso, ingresos fiscales. Sanz recuerda a Sansón, ese supuesto héroe que, sin embargo, no se para en barras, con tal de hacer daño: «Y exclamó: ‘¡Muera yo junto con los filisteos!’. Después empujó con toda su fuerza, y el edificio se desplomó sobre los príncipes y sobre toda la gente allí reunida. ¡Los que él mató al morir fueron más numerosos que los que había matado en toda su vida!» (Jueces, 16, 30). Ejemplar.

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08 agosto 2010

Independientes en Nafarroa Bai: una aportación

La prensa de estos días se ha hecho eco de la existencia de foros de debate, discusión, reflexión y hasta organización en Nafarroa Bai y al margen de los partidos de la coalición. Particularmente, hay un grupo de independientes (no descubro nada, ha aparecido, además de en la prensa, en algún blog; tampoco se han hecho las cosas de forma clandestina) que se reunieron el pasado cinco de julio para reflexionar sobre la supervivencia de Nafarroa Bai y elaborar sus propias propuestas, especialmente en el ámbito organizativo. No soy quién para hablar en nombre de nadie, ni siquiera para resumir ideas expuestas y mucho menos valoraciones sobre estados de ánimo. Por eso me limito aquí a exponer mis ideas sobre algunas cuestiones que se suscitaron.

No obstante, creo que puedo afirmar, sin incurrir en excesos interpretativos, que la diversidad de aportaciones, orales o escritas, al debate, coinciden —no por causalidad— en tres aspectos:

  • Primero, en el desencanto por la evolución de la organización en esta legislatura.
  • Segundo, y relacionado con el anterior, en la deseabilidad de una profundización en lo que se viene denominando el «espíritu fundacional» de Nafarroa Bai.
  • Tercero, que llegados a este punto se impone alguna forma de organización de las personas «independientes» (usaré el término para entendernos, aunque lo considero desafortunado) de la organización para hacerse visibles, dar un puñetazo en la mesa y empezar a negociar en condiciones de igualdad con los partidos.
Estos son los puntos que considero relevantes y que comparto. Junto a ellos, en muchos comentarios se destila una cierta visceralidad contra los partidos. Parece contemplarse a éstos como enemigos, se razona en un marco conceptual dicotómico (y dialéctico) en el que estamos «nosotros» contra «ellos». Seguramente lo que subyace a estas formulaciones es la pasión y el interés con que se vive y siente cuanto afecta a Nafarroa Bai, y eso es bueno. Al menos indica que, si lamentablemente desaparece o se adultera, no será entre la indiferencia o la dejadez. Pero, nos guste o no, los principios deben traducirse en criterios organizativos, en cuotas, en guarismos; en cosas, en suma, prosaicas, frías y que dejan poco margen al apasionamiento o a los brindis al sol, pero que no por ello son menos necesarias. Tan necesarias y tan importantes son, que es lo que está poniendo en peligro a Nafarroa Bai.

Por ello, entiendo que el debate debe partir de dos consideraciones:

En primer lugar, Nafarroa Bai es a día de hoy, para bien o para mal, guste o no guste, una coalición de partidos. Y lo es porque una serie de organizaciones —con la aportación innegable y valiosa de personas independientes— quisieron crearla (por los motivos que fuera y que a día de hoy son seguramente irrelevantes) y pusieron en marcha un proceso que, afortunadamente, ha ido más lejos y se ha desenvuelto con mayor autonomía de lo que seguramente preveían.
Esta coalición es singular porque abarca un espectro ideológico, social y político muy amplio, por más que la sociedad parece situar la coalición claramente en la izquierda. Pero su pluralidad genética y también la diversidad cultural, histórica y organizativa, es un elemento muy a tener en cuenta al plantear posibles evoluciones, porque actúa como una restricción. Hacer un ejercicio de optimización sin tener en cuenta la restricción equivale, en estas circunstancias, a escribir cartas a los Reyes Magos (ejercicio saludable y necesario, pero cuyo momento no es seguramente éste).

Ahí es donde surge, creo yo (estos términos son polisémicos y, por ende, resbaladizos), haciendo de la necesidad virtud, la «transversalidad» como rasgo distintivo de Nafarroa Bai. Transversalidad que, en todo caso, hay que llenar de contenido, no se puede quedar en su mera enunciación (la transversalidad hueca remite a una ingenua fraternidad universal y genera monstruos como movimientos nacionales o sindicatos verticales).

En segundo lugar, ¿qué papel corresponde a las personas «independientes» en este contexto? Entiendo que precisamente por la diversidad ideológica y organizativa de los partidos que la conforman, ser la argamasa, el tejido integrador, el elemento que materializa e impregna de contenido la transversalidad, haciendo viable la coexistencia entre diferentes, precisamente rellenando los espacios entre ellos. Pero por eso mismo, hay que meditar con sumo cuidado la forma de inserción de estas personas en Nafarroa Bai. Creo, y la experiencia de los últimos tiempos lo avala, que es más necesaria que nunca alguna forma de organización. Pero creo también que no puede ser similar a la de los partidos, porque eso seguramente impediría a este grupo realizar su función.

De hecho, entre las personas independientes encontramos al menos la misma diversidad ideológica, seguramente mayor, que entre los partidos, lo cual dificulta enormemente la definición e interpretación de una postura común en muchos aspectos. Y tampoco se libra de la tentación cainita, cuando hay muchas formas de ser «independiente», sin que eso pase por ser ideológicamente aséptica (no creo mucho en las equidistancias); incluso se puede ser independiente «contra» (personas, grupos, partidos). Un grupo difuso (dicho sea en el sentido matemático o en el de la primera acepción del DRAE y nunca en sentido peyorativo), requiere alguna forma de organización igualmente difusa y sutil.

De otra manera, estaríamos en la tesitura de conformar una organización similar a los partidos (llámese partido o no), la dichosa quinta pata (o sexta, o séptima, u octava, vaya usted a saber): una opción legítima y digna de consideración, pero que no es en lo que en este momento estamos.

Por estas dos razones, creo que el debate ideológico intra-independientes no tiene sentido, más allá del establecimiento de un mínimo común, que creo que ya existe, sino que procede ir directamente a la cuestión organizativa. Por otra parte, me da la impresión de que el acuerdo entre los partidos es mucho más fácil en las así denominadas líneas políticas y programáticas (que se pueden pulir y socializar y ya hay alguna iniciativa en esa dirección), mientras que el desacuerdo se centra en lo organizativo.

A este respecto, creo que se debe contemplar explícitamente la presencia de independientes en los órganos decisorios de Nafarroa Bai y la forma de cubrir esos puestos. La paridad absoluta o la existencia de participaciones ponderadas (por el criterio que sea, todos son discutibles) es una cuestión menor si se establecen adecuadamente criterios de adopción de decisiones respetuosos con las minorías o la exigencia de unanimidad o mayorías suficientemente amplias para determinadas decisiones.

Pero al considerar esta cuestión, no hay que perder de vista los condicionantes organizativos. No se trata de poner palos en las ruedas, sino de tener en cuenta todos los aspectos. Por ejemplo, si se propone que el colectivo de independientes elija a sus representantes en los distintos órganos de la coalición, habrá que concretar cómo se define ese colectivo, tarea nada fácil, porque según como se haga obligaría a los partidos a hacer públicos sus listados de militantes, algo impensable. Igualmente, si se piensa en que sea Nafarroa Bai en cuanto tal quien adopte sus decisiones a través, por ejemplo, de asambleas, habrá que concretar cuidadosamente la composición de tales asambleas. Lo mismo ocurre con la tan demandada militancia. ¿Quiénes pueden ser militantes de Nafarroa Bai? ¿Cuál sería su peso en los órganos de la coalición? ¿Es incompatible la militancia en Nafarroa Bai con la militancia en uno de los partidos que la integran? Si lo es, los partidos deberán publicar sus censos de militantes. Si no lo es, tenemos servidas las suspicacias. Insisto, no son objeciones teóricas, sino aspectos prácticos que habrá que tener muy presentes al plantear cualquier alternativa. En su momento ya se planteó alguna propuesta que fue arrumbada sin mayor debate.

Una forma muy eficaz de generar el tejido común tan necesario para la supervivencia de Nafarroa Bai es el trabajo. Por eso, deben existir grupos de trabajo permanente y con una conformación bien definida (para huir del amateurismo; hay que olvidarse de grupos de trabajo de composición etérea y basados en la buena voluntad, porque no son operativos) que se encarguen de dar cuerpo y entidad argumental a las posturas de la coalición, así como de asesorar y arropar a los cargos electos, especialmente en el ámbito municipal. Es una asignatura pendiente y uno de los factores que explican que, a día de hoy, no se sepa qué piensa realmente Nafarroa Bai en muchos temas trascendentales para la ciudadanía, o en qué basa sus apreciaciones. Los documentos, informes o como se quiera llamar al producto excogitado por estos grupos, deberían servir, además, como base para otra actividad igualmente necesaria y que se ha descuidado mucho, como es explicar a la ciudadanía, en toda Navarra, las posiciones de Nafarroa Bai en todos los aspectos de la vida política, social, cultural o económica (de Navarra y del resto del mundo, que para eso somos unibertzales y nada humano nos debe ser ajeno).

Establecidas posturas comunes, creo que lo procedente sería plantearlas a los partidos (no sé si en la Permanente o de otra manera, no se trata de hacer cuestión de principios de todo) y, a partir de ahí, intentar forjar consensos con mucho, mucho, talante del bueno, porque nos corresponde dar ejemplo de flexibilidad, disposición negociadora y sentido común. La autoridad, la legitimidad, hay que ganársela y en eso hay algún camino recorrido; pero también hay que revalidarla continuamente.

Para terminar, una cuestión que en algún momento habrá que considerar y que expongo para la reflexión. Nafarroa Bai surge con un número de partidos. Posteriormente el escenario ha cambiado y hay un nuevo partido, Hamaika Bat, procedente de una escisión de EA. Las personas afiliadas a Hamaika Bat están en una especie de limbo, porque no integran la coalición en tanto que partido y no son estrictamente independientes (digamos que, desde el punto de vista de Nafarroa Bai, serían algo así como «independientes organizados», «independientes de obediencia distinta a Nafarroa Bai», «independientes dependientes no de Nafarroa Bai», o cualquier otra cosa rara que se nos ocurra para definir una situación extraña). La reflexión organizativa también debe alcanzar situaciones como ésta.

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23 junio 2010

Las crisis bancarias, el sector público y el fetiche del mercado

No es raro que cuando un gobierno se ve, por una u otra razón, impelido a adoptar medidas impopulares, apele a su inevitabilidad y a la bondad de la sociedad para aceptarlas. Ello es comprensible, puesto que no cabe esperar un reconocimiento de errores o culpas y la tentación de acudir a la coyuntura (todos están igual, si no peor), especuladores (versión moderna del contubernio judeo-masónico-comunista) o la mala suerte (¿quién lo iba a prever?) es permanente. Además, se tacha de irresponsable a quien se resiste a comulgar con esas ruedas de molino, al tiempo que, tanto el Gobierno como sus apoyos, por acción u omisión, se escudan en la responsabilidad. Como ultima ratio regum de un Gobierno acorralado por sus propios errores, se conceden cartas de buena conducta y aun de patriotismo, según se acomode o no cada quien a su dictado.

Pero es que, además, la inevitabilidad de las medidas no se deriva de un análisis riguroso acompañado de la correspondiente y pedagógica explicación, sino que procede de la necesidad de «calmar a los mercados», es decir, de someterse a ellos. Habrá que concluir, pues, que son los «mercados» los que realmente gobiernan y que el sistema de prestaciones sociales, la estructura legal e institucional del mercado de trabajo, la capacidad redistribuidora del sistema impositivo y de los presupuestos públicos, o la propia formación de consensos políticos y sociales, no dependen ya de la voluntad soberana del pueblo expresada a través del voto y de la actuación de sus representantes, sino «de los mercados». Pero ¿qué son los mercados? En realidad, una entelequia, un recurso dialéctico tras el que se agazapan agentes económicos buscando su beneficio (que no lleva necesariamente —a pesar de lo que dijera Adam Smith con su ingenua metáfora de la mano invisible— a maximizar el interés general y que a veces se concreta en la ruina del prójimo). Son bien conscientes de que cuanto mayor sea su poder, más fácil será conseguir que, cuando vengan mal dadas, las pérdidas que pudieren derivarse de sus trapacerías correrán a cargo del erario público (universalización del principio too big to fail). El mismo Smith, santo tutelar del liberalismo económico, era consciente de la facilidad de comerciantes y manufactureros para convencer, «con protestas y razonamientos capciosos [...] de que el interés privado de una parte de la sociedad coincide con el general de toda ella».

Si algo muestra dramáticamente la actual crisis es el fracaso del mercado como dogma universal para la asignación de recursos. La ola desreguladora que se impuso con la denominada «revolución conservadora» (clamoroso oxímoron) de Thatcher y Reagan, azuzada por una ilimitada fe en la capacidad de autoorganización de los mercados tuvo un final apocalíptico con el hundimiento precisamente de los mercados considerados autorregulados por excelencia, los financieros. No es que el mercado sea inútil, sino que no se le puede exigir más de lo que razonablemente es capaz de hacer, que es menos de lo que, interesadamente, se dice.

Contra lo que pudiera parecer, las crisis financieras son habituales: según un informe de la Comisión Europea, entre 1970 y 2007 se registran 122 crisis financieras sistémicas, de las que 22 tienen lugar en países de la OCDE. Su duración media supera los cuatro años. En el caso de países de la Unión Europea el coste neto de cada crisis para el presupuesto público ronda el 5,5% del PIB (en países emergentes estas cifras se disparan), sin que los rescates bancarios hayan conseguido frenar su impacto sobre la economía real. Además, suponen en muchos casos un empeoramiento de las cuentas públicas y un incremento del nivel de endeudamiento, que tarda más de ocho años en recuperar el nivel previo a la crisis. La liberalización de los mercados financieros parece conducir, además, a incrementos, tanto de la frecuencia como de la intensidad de las crisis financieras. Resumiendo: las recurrentes crisis financieras y bancarias se saldan con un coste considerable para las arcas públicas. Esos mismos agentes financieros así salvados se ocupan después de exprimir y someter a las economías, atacando el punto más débil que es la deuda generada en su beneficio. Si las reglas del juego existentes no funcionan, lo lógico sería cambiarlas. Por el contrario, nos encontramos con que los Estados pierden soberanía y se pliegan a intereses espurios en el sacrosanto nombre del mercado.

Y en esas estamos. Todos recordamos los cantos a la regulación y el aparente consenso sobre la necesidad de controlar mejor los mercados financieros (la dichosa refundación del capitalismo). En dos años todo eso se ha desvanecido. Los desacuerdos se generalizan y el chantaje de los mercados financieros (azuzados en ocasiones, todo hay que decirlo, por intereses políticos poco ejemplares) termina por templar los ánimos y llevar el agua al molino de siempre. Ahí radica uno de los problemas de la actual situación. El sector financiero convence (digámoslo así) a gobiernos y organismos internacionales de que no hay que regular; que, en todo caso, hace falta más mercado. Eso se traslada miméticamente a otros sectores y actividades (España: mercado de trabajo, con protagonismo estelar del Gobernador del Banco de España). Y aquí paz y después gloria… si no fuera porque eso significa poner las bases de la próxima crisis. Es decir, no sólo se venden soluciones que son falsas, sino que contienen el virus que, más pronto que tarde, generará un nuevo marasmo. Y vuelta a empezar.

Mientras tanto, en un país sin ideas, voluntad ni recursos, todavía están por acometerse las reformas estructurales necesarias para construir una economía realmente moderna y sostenible en todos los aspectos; al mismo tiempo, como quien no quiere la cosa, se refuerza el centralismo y se recorta la capacidad de autogobierno en razón de «intereses superiores». Después de tanta verborrea social y despropósito económico, al mejor estilo del «capitalismo popular» thatcheriano, que nos ha tocado padecer desde 2004 (también antes, pero sorprendía menos), pincha la burbuja y descubrimos, no que el rey está desnudo (no caerá esa breva) sino que lo está la sociedad entera: desnuda y desamparada. Y luego nos piden responsabilidad y más mercado.

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26 mayo 2010

Sobre el copago sanitario

Hoy ha saltado, por enésima vez desde el famoso Informe Abril, la cuestión del copago sanitario, que puede afectar tanto a la asistencia primaria y especializada (a una de ellas o a ambas; es lo que se denomina ticket moderador) como al gasto farmacéutico (en este caso ya existe un copago para personas en activo, pero no para pensionistas). Una vez más, las malas noticias sociales llegan en el peor momento y lo más ridículo de todo es que el Gobierno parece habérselo planteado como un modo de recaudar o reducir gastos, algo absurdo en temas como este. Por si pueden aportar algo al debate, ahí van algunas ideas apresuradamente hilvanadas al respecto.

  • El copago en sanidad (ticket moderador en atención primaria y/o especializada y copago farmacéutico) es una cuestión que surge recurrentemente desde hace ya bastantes años. Los motivos por los que se plantea pueden variar (recaudatorios, de reducción o de racionalización del gasto), si bien se admite que sus efectos recaudatorios son mínimos y que sólo sería aconsejable para racionalizar el consumo y concienciar a la población. Por eso, sorprende que en esta ocasión se haya planteado con afán recaudatorio. Si realmente ha sido así, es de suponer que no se haya llevado a la práctica precisamente por su previsible escasa incidencia.
  • La puesta en práctica de un sistema así plantea problemas significativos que requerirían un examen detenido, y tampoco parece existir ninguna urgencia, más allá de los afanes recaudatorios del Gobierno, por lo que sería muy desaconsejable la adopción de medidas al calor de una coyuntura económica concreta, por adversa que sea.
  • Un sistema de copago debería tener en cuenta y compensar las desigualdades sociales que se pudieran generar como consecuencia de su implantación, y así se hace en los países que tienen sistemas similares, lo que implica normalmente establecer criterios en función de la renta, de la situación socio-laboral, del tipo de dolencias o de la edad. En economías con tanto fraude fiscal como la española y la navarra, y con desigualdades sociales tan intensas, el establecimiento de tales criterios no necesariamente mejoraría el sistema y, por el contrario, podría empeorar su carácter redistributivo.
  • Un principio exigible a cualquier sistema de copago es que no reduzca la demanda necesaria, es decir, que las personas que realmente precisan asistencia acudan a los servicios sanitarios y que, por tanto, no contribuya a la reducción del nivel de salud de la población. En la situación actual creo que es prácticamente imposible asegurarlo.
  • Otra cosa es que sea necesario racionalizar gastos y reducir ineficiencias en el sistema. Tampoco es admisible que el gasto farmacéutico aumente a las tasas con que lo ha estado haciendo. Ahí sí hay posibilidades de ahorro, relacionado con la presentación de los medicamentos, las dosis o el uso preferente de genéricos, como lo demuestra la previsión contenida en el decreto recientemente aprobado. Igualmente merece alguna reflexión el elevado consumo de medicamentos per cápita, así como el efecto en la progresividad-regresividad social del sistema de la gratuidad con el único criterio de la edad.
  • En suma, es necesario conocer detalladamente la situación, elaborar un diagnóstico riguroso y analizar y agotar todas las posibilidades de racionalización del gasto y de mejora de su eficiencia, antes de llegar a medidas que, en la actual situación, conducirían previsiblemente a un deterioro social aún mayor.

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17 mayo 2010

Vindicación de un acuerdo

En los últimos tiempos diríase que en Nafarroa Bai ha habido un empeño explícito y denodado en hacer las cosas de la peor forma posible. La situación en la CAV no ha sido ajena a todo ello. Como tampoco la obsesión casi enfermiza por vigilar y estar más pendiente del socio que del contrincante y dirimir las diferencias en la plaza pública y no precisamente con maneras corteses, intentando hacer pasar por transparencia el navajeo inclemente y muchas veces gratuito.

Asentado esto, he de decir que el acuerdo alcanzado por Aralar y Eusko Alkartasuna me parece positivo. Eso no significa sancionar y aprobar las formas y el procedimiento. Pero, en cualquier caso, es un paso necesario para asegurar la presencia de una alternativa de cambio político —pero también social y económico, que a veces se olvida— en Navarra.

Nafarroa Bai es lo que es; sigue siendo una coalición de partidos y querer ir más deprisa de lo que es razonablemente exigible a unas organizaciones que tienen su tempus, su inercia y su historia, no es la mejor estrategia. En un ejercicio de lo que podríamos denominar (en sentido no peyorativo) nabaizalismo ingenuo, se fija la vista en el objetivo último y se obvian los pasos intermedios, formulándose en ocasiones de forma expresa el deseo de que, incluso, desaparezcan los partidos en un indefinido totum revolutum. Pero el punto de partida, si no se quiere excluir a nadie, ha de ser el mínimo de los máximos a que se está dispuesto a llegar en cada una de las organizaciones que conforman la coalición. Se habla de procedimientos decimonónicos (los de los partidos) frente a supuestas posibilidades de las nuevas tecnologías en las que, sin una organización, mecanismos eficaces de identificación y procedimientos de adopción de acuerdos (¿otra vez el siglo XIX?) es imposible conseguir nada más que una difusa, y confusa, maraña de opiniones anónimas. Se habla de asambleas, de encuentros abiertos; abiertos ¿a quién? Para decidir, ¿qué? ¿Quién establece los criterios? Si no nos gustan, ¿dejan de ser legítimos?

La definición organizativa es inseparable de la reflexión sobre qué se pretende con Nafarroa Bai y cuál es su identidad. ¿Se pretende únicamente, como a veces parece intuirse, echar a UPN del Gobierno? ¿Y después, qué? Porque sería triste que, conseguido eso, termináramos pensando que contra UPN estábamos mejor. ¿Es Nafarroa Bai de derechas, de izquierdas, progresista, de centro izquierda, socialdemócrata, una combinación lineal ponderada de sus sensibilidades o una combinación lineal sin ponderar (paritaria)? Claro que, como estos conceptos son decimonónicos, igual no son relevantes. ¿Qué significa pluralidad? ¿Basta con enunciar una idea para que sea automáticamente acogida? Eso nos llevaría muy lejos y es un camino que no me gustaría recorrer: los movimientos nacionales me ponen de punta mis ya escasos pelos.

Todo el mundo se siente propietario de los 80.000 votos de Nafarroa Bai, ignorando la abrumadora evidencia de la falta de relación entre militantes o simpatizantes, por un lado, y votantes por otro. No hay una Nafarroa Bai, hay muchas, una en los ojos de cada observador, de cada observadora. Eso sí, la sociedad parece situarla claramente a la izquierda. Cuando estamos sumidos en una crisis sistémica en la que, una vez más, el estado de bienestar, la justicia social y el medio ambiente están saliendo trasquilados, cuando la socialdemocracia se enfrenta a la evidencia palmaria de un fracaso de dimensiones históricas, cuando las recetas de la derecha dan miedo ¿basta con respuestas tibias para contentar a todos o hay que definir claramente una alternativa? Evidentemente, habrá quien no comparta el diagnóstico; debatamos, pues, y seamos consecuentes con las conclusiones que del mismo se deriven.

Son cuestiones que me parecen de calado y no se responden con vaguedades voluntaristas. Por eso me parece positivo el acuerdo Aralar-EA, porque es un primer paso para avanzar en la dirección que considero adecuada. Formas aparte, insisto, los documentos en que se basa el acuerdo me parecen moderados y razonables, no maximalistas, por lo que no cabe deducir afanes exclusivistas o excluyentes. Constituyen un buen punto de partida para construir ese espacio común que todos decimos desear.

Las grandes ideas hay que edificarlas paso a paso. Durante mucho tiempo hubo una pintada en una calle tudelana que decía: pedir libertad es hacer cadenas; romper las cadenas es hacer la libertad. Entre la utopía totalitaria y el pragmatismo a ultranza, reivindico el realismo: puede que esté devaluado como concepto, pero teniendo claro a dónde se quiere llegar, es la mejor manera de conseguirlo. Como diría Carroll, siempre llegarás a alguna parte si caminas lo bastante. Pero no se trata de llegar a alguna parte, sino a una parte. Lo que queda es definir cuál es.

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11 mayo 2010

Paraísos fiscales, paranoias riojanas y lógica económica

El pasado 26 de abril el presidente del Gobierno de La Rioja presentó un recurso de inconstitucionalidad contra la ley que equipara las normas fiscales de las diputaciones forales a las leyes ordinarias, el mal llamado blindaje del Concierto vasco. Hay razones jurídicas de peso para ello, pero molesta al Partido Popular y molesta a las Comunidades Autónomas vecinas, especialmente La Rioja y Castilla y León.

Pero más allá de la refriega jurídica, las razones económicas que se aducen son tan toscas y de tan escaso fuste teórico que difícilmente encubren el motivo real del recurso, cual es obstaculizar, cuando no frenar, el ejercicio de las competencias fiscales por parte de las diputaciones forales. Y seguramente les gustaría poder hacer lo mismo con las normas fiscales navarras: menos mal que está el lehendakari Sanz para, con su permanente trabajo de zapa de la autonomía navarra, no dar que hablar.

En la presentación del recurso de inconstitucionalidad acompañó al presidente Sanz (el de La Rioja) una corte de agentes sociales, entre los que estaba Julián Doménech, presidente de la FER (la patronal riojana), quien declaró que «no queremos que España tenga paraísos fiscales a tres kilómetros de nuestras fronteras. Es indigno». Sería conveniente que este señor revisara los elementos definitorios de un paraíso fiscal (tax haven; véanse, por ejemplo, los de la OCDE en su página web), porque los regímenes fiscales forales no se ajustan en absoluto a tales criterios. Paraísos fiscales de verdad son las SICAV o esas rentas (fundamentalmente empresariales) cuyo tipo impositivo es nulo porque se mueven en el viscoso e insolidario limbo de la ocultación y el fraude fiscal.

¿Por qué se insiste en la idea de los paraísos fiscales? Para empezar, seguramente porque es un término efectista y con connotaciones negativas para la opinión pública. Pero también porque es el arranque del nudo argumental contra la autonomía fiscal vasca: la existencia del paraíso fiscal vasco o, al menos, de un tratamiento fiscal mucho más favorable para las empresas, conduce, se dice, a la deslocalización de actividades hacia los territorios forales. Que el argumento sea débil e inconsistente importa poco en política, cuando de lo que se trata es de inundar de demagogia los medios, descalificar al contrario y procurar el perjuicio ajeno aunque ello ni siquiera suponga réditos propios.

El concepto de deslocalización es resbaladizo y difícil de concretar. En la acepción más admitida hace referencia a decisiones de las empresas, normalmente multinacionales, de desplazar su actividad hacia determinados países, principalmente por sus menores costes del trabajo, pero también por la mayor laxitud en materia laboral o ambiental. No obstante, cuando el Gobierno de La Rioja se refiere a la deslocalización, la achaca a una causa que no suele ser contemplada en los estudios al uso, como es la fiscal. Pero este motivo no se sostiene empíricamente. Como no hay datos desagregados, recurriremos a los de la industria española. El resultado del ejercicio (beneficios o pérdidas) se ha movido en los últimos años (eliminando 2008 por la crisis) entre el 4,5 y el 5,5% de los gastos de explotación. Aunque el tipo del Impuesto sobre Sociedades se aplicara íntegramente sobre esa cuantía en La Rioja y fuera cero en la Comunidad Vasca, el ahorro se quedaría en apenas el 1,75% de los gastos totales. Pero las tan denostadas vacaciones fiscales suponían rebajar el tipo impositivo del 35 al 32,5%: es decir, las empresas se podrían ahorrar, en el mejor de los casos, el 0,125% de sus gastos totales. Para ese viaje no hacen falta tales alforjas, cargadas de demagogia y populismo.

Y si el razonamiento puramente pecuniario no avala lo que el Gobierno y los agentes sociales riojanos (ahí están UGT y CCOO con su guerra permanente contra la autonomía fiscal vasca y navarra) se empecinan en manifestar, tampoco lo hace el económico. Una de las constantes en la evolución de la localización de actividades económicas es su difusión desde los centros en que se originan. Estas tendencias centrífugas obedecen a diferentes causas, como la madurez tecnológica o de los procesos productivos, la búsqueda de menores costes laborales o, simplemente, de espacio. Tales procesos no son uniformes sino selectivos, tanto en cuanto a las actividades que se desplazan como respecto a las localizaciones de destino. Esto es aplicable a la industria guipuzcoana y vizcaína, que se va a expandir inicialmente hacia Navarra y Álava y, posteriormente, hacia otras áreas limítrofes de Castilla y León y La Rioja.

Por tanto, no sólo no es cierto que el régimen fiscal vasco perjudique a La Rioja y genere deslocalizaciones, sino que, por el contrario, el tejido industrial riojano se debe, en gran medida, a la proximidad de la región al núcleo vasco. De hecho, a pesar de las bravatas, no se han proporcionado datos de deslocalización, no porque no existan, sino porque dicen otra cosa. Lo mismo ocurre en Castilla y León. La revista Castilla y León Económica publicó en su número 113 (octubre 2005) un artículo sobre «la deslocalización en las regiones españolas». Según el mismo, el País Vasco está en segundo lugar como origen de las empresas que llegan a la región: «aquí viene la gran sorpresa», dice la revista, «lo que evidencia el escaso éxito de las vacaciones fiscales vascas», para concluir que, «en la decisión de los emprendedores pueden más otros factores, como la paz social y la estabilidad política»: manipulación aparte, ¿en qué quedamos? Para colmo, del citado estudio se desprende que el primer destino de las empresas que se marchan de la región es Madrid (uyuyuy).

La deslocalización de actividades afecta fundamentalmente a áreas industriales. Y entre 2000 y 2004 la única Comunidad Autónoma española que incrementa claramente el empleo en sectores afectados por la deslocalización (sobre todo en textil) es La Rioja. Este resultado debería hacer meditar a los gobernantes riojanos sobre la política industrial que están llevando a cabo y la calidad del tejido económico que están suscitando, esto es, asumir sus responsabilidades, en lugar de preocuparse de lo que hace el prójimo y malgastar su tiempo en oscuras maniobras políticas.

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24 abril 2010

Banca Cívica: ¿operación incívica?

Las negociaciones sobre la formación de lo que se va a denominar Banca Cívica van a buen ritmo y, se dice, el Banco de España ve con buenos ojos la operación. Quizá el Banco de España sepa de qué va el asunto, pero si nos hemos de guiar por la información transmitida, trabajadores incluidos, todo es bastante oscuro. (El Consejo General de Caja Navarra aprobó por unanimidad la integración en Banca Cívica. De los sindicatos del régimen y el PSN cabe esperar bien poco. Pero el apoyo de IUN es incomprensible e ¿inexplicable?).

¿Qué significa que el Banco de España considere positiva la operación? Mucho o casi nada, según se mire. El Banco de España se enfrenta a la patata caliente de unas cajas que han asumido un elevado riesgo en los años del boom inmobiliario y se encuentran ahora, entre otros problemas, con una morosidad en rápido crecimiento. Y a pesar de lo que se ha repetido con insistencia, la responsabilidad del Banco de España en el actual estado de cosas, fundamentalmente por omisión, no es pequeña. Una de las maneras de reducir la fragilidad del sistema es promediar riesgos mediante fusiones. También se pretende mejorar la solvencia incrementando el tamaño, cuestión sobre la que convendría reflexionar. Sorprende la inamovilidad de las concepciones, la rapidez con la que se vuelve a las ideas de siempre, como si no hubiera pasado nada y no estuviéramos inmersos en la mayor crisis financiera desde los años treinta. Por tanto, que una operación así esté bien para el Banco de España no quiere decir que sea buena para Caja Navarra (a expensas, claro, de quién defina lo que es bueno para Caja Navarra) y, mucho menos, para Navarra.

Es esta una primera acotación necesaria para centrar el tema en sus coordenadas, depurando un ruido que nada aporta pero que llega a utilizarse como cortina de humo o coartada para decisiones, insisto, insuficientemente explicadas. Así, hay una serie de aspectos en los que puede ser conveniente detenerse. La mencionada falta de información dificulta saber si se trata de elucubraciones sin fundamento o hay motivos reales para la reflexión (y la preocupación). Veamos.

¿Qué es exactamente ese ente denominado Banca Cívica? No está muy claro. Una caja no. ¿Un banco? Quizá. Inicialmente se dio a entender que sería una especie de puesta en común de determinados recursos con el fin de reducir costes y obtener sinergias. Algo así como una central de compras en versión financiera. Se le ha llegado a denominar fusión virtual o fusión fría. Pero ahora se habla ya de un Grupo Económico Consolidado (GEC). Si este GEC se configura finalmente como un banco, sería previsiblemente una sociedad anónima, lo que abre la puerta a la privatización de las cajas.

De las características del GEC se sabe poco, pero sí que tendrá su sede (servicios centrales de Banca Cívica) en Madrid. La importancia de este dato no es pequeña. Primero, porque, repitiendo lo que ya hizo UPN con EHN, supone llevar capacidad de decisión fuera de Navarra, perder capacidad de control sobre recursos fundamentalmente navarros. Y segundo, porque la expansión del grupo más allá de los territorios naturales de sus integrantes formará parte del GEC. Esto significa la progresiva dilución del Caja Navarra en el ente Banca Cívica. Hay un factor que contribuiría a acelerar esa dilución. En este momento Caja Navarra es la más grande del grupo. Pero, según algunas previsiones que se barajan, podrían incorporarse en el futuro cajas de mayor tamaño.

En la información facilitada, se dice que las cajas «mantendrán su personalidad jurídica, gestión de obra social, marca y gestión de redes comerciales en sus territorios naturales, manteniendo el arraigo local y compromiso con el desarrollo económico, social e institucional». Esto suena muy bien. Pero, se añade, «las políticas estratégica, financiera, comercial, de créditos y riesgos, internacional y de organización se fijarán desde una nueva sociedad, que actuará como una empresa de servicios financieros plenos». Si la estrategia y los aspectos fundamentales que definen la actividad financiera y bancaria se deciden de forma centralizada, ¿qué queda para cumplir ese compromiso con el territorio de origen? A este respecto, hay un detalle significativo. El acuerdo de integración en Banca Cívica de Caja Burgos contiene un mandato al director general de la entidad para intensificar los contactos con Caja Segovia y Caja de Ávila (y otras en el futuro) «coherentemente con la voluntad permanente de Caja de Burgos de reforzar el sistema financiero regional». Es decir, se trata de ganar peso en el grupo para poder inclinarlo en mayor grado hacia Castilla y León. Todos parten, pues, de que se va a perder contacto con el territorio de origen.

Un último aspecto que se presenta como emblemático y es muy discutible es que se pretende que la nueva entidad tenga como filosofía el concepto de banca cívica tan caro a los actuales dirigentes de Caja Navarra. Ciertamente el concepto ha tenido mucho éxito social y mediático. Pero no es más que una mercantilización abusiva de la obra social que, hay que recordar, constituye una obligación de las cajas. El uso de la obra social como instrumento de marketing lleva a su difuminación, a su distribución con criterios poco claros y a la infrafinanciación generalizada, dejándose además de lado proyectos significativos y relevantes que, por diversas razones, no son susceptibles de obtener apoyos. Es un modelo que tiene poco de cívico y mucho de demagógico o populista.

En suma, el ente Banca Cívica parece ser una fusión solapada, por la puerta de atrás, seguramente porque tanto el Gobierno de Navarra como Caja Navarra saben que es difícil argumentar la conveniencia económica y financiera para Navarra de la fusión y, previsiblemente, la opinión pública no lo entendería. El primer efecto, como ya he comentado, es la pérdida de capacidad de decisión (autonomía, por tanto), de la poca que va quedando ya en Navarra. Pero quizá el verdadero trasfondo esté más en la política que en la economía. Principalmente para evitar la que, a todas luces —salvo a las de Sanz, ferozmente distorsionadas por su antivasquismo fanático y visceral— sería, de ser necesaria alguna fusión, la operación organizativa, económica y financieramente más obvia: la fusión con las cajas vascas. Y, de rebote, se consigue un segundo objetivo político, que es diluir aún mas la personalidad de Navarra en España por la vía crematística, que a la postre suele ser la más segura (algo así pretendía hacer el PSE en la Comunidad Autónoma Vasca, fusionando cada caja con otras de fuera, pero parece haberse echado atrás).

Si el conde de Lerín hubiera sabido que cinco siglos después iba a tener un émulo tan eficaz, se habría ido mucho más satisfecho a la tumba. La sucesión lógica de los acontecimientos, como ya ocurriera hace quinientos años, es que los destinos de Navarra pasen a manos de algún funcionario de la corte castellana. Qué más da llamarla lehendakari, presidenta… o virreina.

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14 abril 2010

Sobre ciencia, patrañas y el espejismo de la «tradición»

Es obvio que la ciencia, o más bien el método científico, tiene lagunas y falla a la hora de proporcionar explicaciones completas e, incluso, convincentes, de muchos problemas de todo tipo a que se enfrenta el género humano, en parte porque lo que hace es no tanto afirmar como excluir hipótesis; en parte, también, porque está sometido a procedimientos rigurosos de formulación y contrastación de hipótesis. Pero eso no otorga de forma automática validez a otras supuestas formas (hay quien las llama «alternativas», en un intento de colocarlas al mismo nivel) de acceso al conocimiento. Y no se olvide que el método científico está estrechamente ligado en sus orígenes a la Ilustración, la igualdad de las personas y la democracia (obsérvese que todo eso pasa necesariamente por la separación Iglesia-Estado).

Pero siguen existiendo reflejos, tics, que nos llevan a concepciones mágicas, precientíficas, del mundo, mucho más arraigadas de lo que parece. La religión, en tanto que filosofía fosilizada —o quizá abortada— no es ajena a ello por más que, en algunos casos, se aprecie cierto afán modernizador, con las lógicas limitaciones de quien parte de la verdad revelada y, por tanto, del argumento de autoridad como razón última de las cosas.

Por ahora se cumple el cuarto centenario del célebre auto de fe de Logroño que mandó a la hoguera a parte del vecindario de Zugarramurdi. Si había lugar a tales ceremonias era porque brujos, brujas, inquisidores y el común de los mortales creían en la existencia física del diablo, en sus malas artes y en la magia (véase el delirante Malleus maleficarum, responsable de tantas atrocidades y crímenes «legales»). Abundando en ello, es muy recomendable la lectura del capítulo correspondiente de El señor inquisidor y otras vidas por oficio de Caro Baroja o La bruja y el capitán del maestro Sciascia.

Muchas de las cosas que se dicen hoy sobre medicinas alternativas tienen que ver con ese residuo de la visión mágica del mundo, que todo lo arregla con sortilegios en la forma que sea: danzas, brebajes, imposición de manos y hasta supuestas operaciones quirúrgicas sin instrumental y sin cicatrices. Muchas veces, además, se da por bueno lo antiguo por el mero hecho de serlo, sin tener en cuenta que puede consistir en «saberes» que no han pasado por un proceso de contrastación con garantías. El saber tradicional procede la mayoría de las veces por acumulación inconsistente de conocimientos a menudo obtenidos mediante formas groseras de inducción. Da risa oír a estas alturas a algunas personas defender, por ejemplo, el uso médico de las sanguijuelas apelando a esa supuesta «medicina» tradicional tan sabia y con tan sólidos fundamentos (es sabido que la mortalidad era en el siglo XVII, pongamos por caso, infinitamente menor que hoy o la esperanza de vida mucho mayor). Lo mismo cabe decir de la medicina tradicional china; puede que tenga algunas virtudes y proporcione algún conocimiento válido, no lo sé, pero compárese la situación sanitaria y demográfica de China a principios del siglo XX y hoy y sáquense conclusiones.

Eso sí, como signo de la modernidad, van surgiendo versiones sofisticadas de viejas creencias (que no teorías), como el «diseño inteligente», que pretende superar las evidentes limitaciones del mucho más tosco creacionismo envolviéndolo en una jerga supuestamente científica. O recurrir a no sé qué restos de fuerzas gravitatorias de moléculas inexistentes en los compuestos homeopáticos para justificar una eficacia que ni la ciencia ni la razón avalan. La argumentación exótica basada en ignotas propiedades de diseños y materiales en artilugios de toda laya y efectos casi milagrosos entra en esta categoría. Las mismas personas ávidas de milagros que no se cansaban en otro tiempo de ver apariciones del santoral católico, singularmente marianas, hoy son ufólogas que hacen de la existencia de vida en otras partes del Universo cuestión de creencia y de dogma. Y si la Virgen sólo se manifiesta a creyentes, son estos acólitos de la nueva fe los únicos llamados a presenciar las apariciones de las (salvíficas o no, en esto hay división de opiniones) naves espaciales.

Otra característica de muchas de estas patrañas, con la pretensión, seguramente, de dotarlas de verosimilitud y actualidad, es la apelación a informes de organismos científicos. Por ejemplo, hace años se habló mucho de un informe de la NASA sobre la Sábana Santa de Turín que demostraba, decían, la resurrección de Jesús. Tal informe concluía, en realidad, que no hay manera de asegurar que fuese el sudario de Jesús (así se lo atribuye la revista Goddard News —vol. 27, nº 16, 26 de mayo de 1980— de la NASA a uno de los miembros del equipo de investigación: «According to Lynn, there is no way to prove the Shroud of Turin is actually Christ’s burial cloth. The most anyone can do is chase information to improve the possibility that is»). A partir de ahí se han extraído unas consecuencias que no se derivan directamente del estudio, pero que pretenden legitimarse en él y obtener un marchamo científico. Que las marcas de la Síndone fueron causadas por radiaciones debe demostrarse. Que tales radiaciones tuvieron por causa una resurrección debe demostrarse. Que el resucitado es Jesús de Nazaret debe demostrarse. Sin embargo, se eliden todos esos pasos necesarios y se ligan directamente las marcas de la Síndone a la resurrección de Cristo, en lo que es un auténtico salto en el vacío con dosis considerables de manipulación (hay que decir que el propio Juan Pablo II se negó a dar ese salto y relativizó considerablemente en la misma catedral de Turín la validez de la Sábana; y, al parecer, tampoco le hizo gracia que fuera sometida a la prueba del Carbono 14, con los resultados ya conocidos).

En la literatura dedicada a la ufología hay abundantes referencias a informes de servicios secretos o militares sobre naves extraterrestres. Cuando tales informes existen, resultan que hablan de «objetos», «luces» y términos de similar tenor que pueden tener su origen en fenómenos meteorológicos, atmosféricos o artefactos humanos. Pero, una vez más, se da completa credibilidad a la fuente (lo cual es ya de por sí cuestionable) y se hacen cabriolas en el vacío para concluir que son ovnis (y puede que lo sean, pero en su acepción de objetos no identificados, no de naves extraterrestres). Un maestro de la manipulación en este campo (y en algún otro) es Iker Jiménez, cuyos programas resultan fascinantes, no por su contenido, sino por las tretas utilizadas para sacar conclusiones aventuradas que no se desprenden del razonamiento, construir silogismos falaces y, al mismo tiempo, dar imagen de equidistancia y neutralidad.

Hay dos ejemplos de razonamiento falaz sobre el que se construye una historia con pretensiones de verosimilitud que, por cercanía, me llaman la atención. En el Cusco (Perú) se venera un Cristo (de color negro y por la misma causa que es negro san Fermín) llamado Señor de los Temblores. La historia viene a decir que cuando la ciudad fue sacudida en 1650 por un violento terremoto, bastó sacar la imagen para que aquél cesara. También se le atribuye que las réplicas del terremoto no fueran devastadoras. Tanto milagro casa mal con la evidencia de que el de 1650 fue seguramente el peor terremoto que ha sufrido la ciudad del Cusco. Ítem más, un terremoto no dura eternamente. Es de suponer que para cuando alguien piensa en sacar al Cristo, se ponen manos a la obra y finalmente se ejecuta la acción hay tiempo para que se produzcan varios seísmos. Al final lo que se atribuye a la imagen milagrosa ¡es que no hubiera más destrucción de la que hubo! Sorprendente el bajo nivel de exigencia a la divinidad. Dicen las crónicas que el terremoto «duró lo que duran tres credos» y, al parecer, hubo más de 400 réplicas. Cuenta un texto periodístico de 1950 que, cuando en ese año se produjo otro terremoto igualmente devastador, una persona que se hallaba en la plaza de la Catedral espetó al Cristo: «Negrito, ¿por qué nos haces esto?».

En Pamplona, cada Jueves Santo el Ayuntamiento acude en Cuerpo de Ciudad (ay, la aconfesionalidad; ay, por dónde se pasa la Constitución tanto –y tanta— constitucionalista de boquilla pero franquista de corazón) para pasear en procesión un simulacro con la representación de cinco llagas rodeadas por una corona de espinas (ay, la casquería católica). El motivo es cumplir con un voto realizado en 1599 a cuenta de una peste que asolaba la ciudad. El causante fue un fraile que quizá no tenía peste pero andaría febril vaya usted a saber a causa de qué sustancia, bebedizo o ungüento. El caso es que después de una serie de rituales relacionados con las cinco llagas y la corona de espinas, la peste cesó repentinamente. Es comprensible que las gentes de la época, desbordadas por algo que escapaba a su comprensión y capacidad de acción, se refugiara en la religión, la magia o cualquier otro artilugio que le prometiera solución a sus males. Con ocasión de esa misma peste ya el Ayuntamiento había hecho voto, en nombre de la Ciudad, de no comer carne la víspera de san Fermín y san Sebastián (que no se entere Barcina o nos quita el chuletón del 6 de julio), así como levantar una ermita a san Roque y acudir en procesión a ella todos los años. El caso es que la peste, por entonces endémica en Europa, tenía episodios que desaparecían solos (y solían alcanzar su pico hacia la primavera). Al final, la agenda del Ayuntamiento de Pamplona la marcan, en parte, las visiones de un fraile alucinado; alucinante.

El problema no está en lo que se decía o pensaba en el siglo XVII, que era consecuencia de un estado de los conocimientos y de una visión del mundo acorde con aquéllos. Más aún, si hubiera aparecido alguien con antibióticos para la peste, seguramente habría acabado en la hoguera. El problema es que esas anécdotas se fosilizan y se transmiten tal cual, inmunes al paso del tiempo y a la evolución del conocimiento del mundo, hasta convertirse en verdad absoluta.

Por seguir un razonamiento del mismo tenor, me atrevo a proponer un remedio para el resfriado común que, aunque se antoje truculento, es de una gran eficacia. Consiste en amputarse un dedo. En un plazo no superior a siete días el resfriado se pasará. La única pega del remedio es que el margen disponible alcanza a veinte resfriados (evitaré en este punto chistes obvios y hasta zafios).

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07 abril 2010

Muchos planes y pocas nueces

Una vez más, el Gobierno de Zapatero vuelve por sus fueros y, perseverante en su vicio, anuncia una y otra vez las mismas medidas, como si fueran diferentes, seguramente para generar apariencia de actividad gubernamental cuando, en realidad, no es que no se haga nada, es que ni siquiera hay ideas. O quizá no hay margen, pero entonces habría que sincerarse y reconocerlo.

Hasta la fecha se han puesto en marcha, siempre con ruidosa profusión de anuncios y alharacas tres «planes» para hacer frente a la crisis económica. La medida estrella del primero de ellos, con soniquete de soborno electoral, fue la deducción de los 400 euros. El resto de aquel decreto poco tenía que ver con la situación de la economía. En el segundo destacaba la concesión de avales a PYMES y la previsión de ahorros en gasto corriente del Estado por valor de 250 millones de euros en dos años. El tercero, allá por agosto de 2008, se centró en la habilitación de 10.000 millones en dos años para la concesión de avales para VPO, ampliación de la partida de avales a PYMES, supresión del Impuesto sobre el Patrimonio y una serie de medidas peregrinas, al menos en lo que a su relación con la crisis respecta, pero publicitadas como si contuvieran el secreto de la piedra filosofal: pago de multas de tráfico por Internet, Ley de Creación del Consejo Estatal de Medios Audiovisuales o la obligada transposición de la Directiva Bolkestein.

Cabe recordar que la deducción de los 400 euros tuvo un efímero recorrido y que la vicepresidenta Salgado ya ha reconocido que la supresión del Impuesto sobre el Patrimonio fue un error (¿cómo iban a saber ellos que la crisis iba a adquirir ese cariz? Lo dice y se queda tan a gusto).

La última jugada es la propuesta de un pacto de Estado contra la crisis, para cuya gestación se buscó el palacio de Zurbano. Después de muchas idas, venidas, fotos, acuerdos y desacuerdos, finalmente sólo UPN apoya el pacto como tal. Un somero repaso al último texto disponible (a expensas de lo que finalmente apruebe el Consejo de Ministros) sugiere algunas consideraciones.

Los dos primeros grupos de medidas pretenden facilitar el funcionamiento empresarial, sobre todo de las PYMES, mejorando su acceso al crédito, flexibilizando algunas operaciones o incentivando la salida a mercados exteriores. Destaca la concesión de préstamos directos del ICO: puede ser un buen comienzo para plantearse seriamente la recuperación de la banca pública.

Otro grupo de medidas pretende impulsar la creación de empleo incentivando la rehabilitación de viviendas. Son medidas que cabe considerar sensatas, pero no por razones de estímulo económico, sino de diseño urbano, política de movilidad, reducción del derroche de recursos o sostenibilidad. Su eficacia estimuladora viene condicionada, a mi modo de ver, por dos consideraciones. La primera, que las familias están muy endeudadas y el acceso al crédito sigue restringido. La segunda, que al estallar la crisis una parte del sector se «sumergió», lo que previsiblemente mermará los efectos de una reducción del IVA. En cuanto a la propuesta de incrementar la financiación de VPO para venta, es perseverar en el error y empezar a crear las condiciones para un nuevo desastre.

El apartado de medidas «con el fin de impulsar el desarrollo de las infraestructuras de transporte, el transporte público y la movilidad sostenible» no contiene iniciativas de enjundia (lo que no quiere decir que sean rechazables) salvo una referencia vaga a un «Plan Extraordinario de Infraestructuras Sostenibles» que parece insistir en un enfoque más productivista que de sostenibilidad. Tampoco parece que las medidas de política turística ataquen los problemas estructurales del sector ni que vayan más allá de fomentar la desestacionalización del uso de la infraestructura existente. Y una política más agresiva en la materia (y ambientalmente cuidadosa) no carecería de interés, por ser un sector intensivo en trabajo.

En cuanto al sector público, el objetivo de austeridad y rigor en el gasto es de sentido común. Lo que sorprende es que, de repente, se vean tantas posibilidades de hacer economías a base de controlar mejor. La conclusión obvia es que hasta ahora se estaba derrochando conscientemente. Lo que no se explica, y es preocupante, es el encaje, en ese contexto, de las prestaciones sociales y la dependencia. Como también es de sentido común mejorar la eficiencia energética de los edificios públicos: ¿hay que esperar a que haya crisis para percatarse de ello?

Pero hay una medida que resulta particularmente llamativa, por lo absurdo de los términos en que se plantea, cual es la de «elevar el peso de la industria en el PIB acercándolo a la media europea». Para empezar, el peso de la industria era en 2007 del 17,5% del PIB, frente al 20,4% del área euro, con países como Francia (14,1%) o el Reino Unido (16,7) con porcentajes menores (en Alemania es del 26,4%). Además, hay notables diferencias entre las regiones europeas, dependiendo, entre otras cosas, de su nivel de renta. La pérdida de peso del sector industrial tiene que ver, no tanto con la pura desindustrialización, esto es, reducción del tejido industrial (ya sea por simple desaparición, ya por deslocalización), como con el mayor dinamismo relativo de otras actividades, singularmente las de servicios, y es inherente al carácter dinámico de los procesos económicos. Por tanto, buscar como objetivo de la política económica el aumento del peso del sector industrial, además de complicado de instrumentar, es absurdo en su misma concepción y puede llevar a resultados contraproducentes, como ocurre a menudo con las políticas poco selectivas. Otra cosa es que se busque el fomento de determinadas actividades industriales (alguna referencia hay en el documento) pero en ese caso estamos en otra situación y el resultado final puede implicar, o no, un aumento del peso del sector industrial.

En definitiva, nos encontramos con un conjunto de medidas en general bienintencionadas y, salvo algunas excepciones ya comentadas, sensatas y dignas de consideración e incluso de puesta en práctica. Pero no constituyen un plan para hacer frente a la crisis económica. En este aspecto estamos donde estábamos: un gobierno inoperante tratando de vender humo, como si la crisis se resolviera a golpe de ruedas de prensa. Pero los problemas estructurales que explican la amplitud y profundidad de la crisis siguen incólumes porque nadie los ha atacado.

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28 marzo 2010

El tránsito de EHN a Iberdrola: de la economía productiva a la especulativa

En octubre de 2004 se cerró un acuerdo en virtud del cual Acciona adquiría el 50% del capital de Energía Hidroeléctrica de Navarra (EHN) a Sodena (39,58%) y Caja Navarra (10,42%). De esta manera Acciona se convertía en propietario único de EHN, puesto que en 2003 ya había adquirido el otro 50% a Cementos Portland (21%), Sodena y Caja Navarra (17%), así como la autocartera generada tras la retirada de Iberdrola (12%). Acciona es un conglomerado diversificado que, en el momento de su entrada en EHN contaba con una potencia instalada en energía eólica de 138 megavatios, frente a los 573 megavatios de EHN.

La operación suscitó considerable polémica, por la justificación aducida y por el uso dado a los 307 millones de euros en plusvalías obtenidos por el Gobierno de Navarra, invertidos en Iberdrola en unas condiciones más que discutibles. De acuerdo con el informe de la Cámara de Comptos, la entrada en Iberdrola supuso en total 264 millones de euros, ya que a los 173 millones que costaron las acciones hay que sumar los casi 91 de la operación de aseguramiento que se suscribió con Caja Navarra. Curiosamente, en marzo de 2007 Sodena decidió no suscribir un nuevo seguro, «dada la situación del mercado así como de los valores correspondientes a Iberdrola»: profético. A 26 de marzo de 2010, esas acciones valían 227 millones de euros. Curiosamente también, Caja Navarra está omnipresente en todas estas operaciones, pero nunca arriesgando nada: en la relación entre el Gobierno y la Banca Cívica muchas veces es difícil saber quién está al servicio de quién.

Entre las razones para justificar la venta, se adujo que el mapa eólico de Navarra estaba completo o que el plan estratégico de EHN preveía unas inversiones de 2.000 millones de euros que el sector público navarro no podía asumir. Y, sobre ellas, la fundamental, la más esclarecedora: era, en palabras de Sanz, «positiva para los intereses generales de los navarros». Dejando aparte esta última, por vacía e inconsistente, las otras dos tampoco tienen demasiada enjundia y parecen más bien dictadas por la necesidad de decir algo: la primera porque EHN estaba ya experimentando una expansión que, en la medida en que podía permitir la adquisición de una dimensión adecuada para enfrentarse a las necesidades financieras que impone mantenerse tecnológicamente en puestos de cabeza, ha de ser considerada saludable; la segunda, porque el mencionado plan fue elaborado estando ya Acciona en EHN y, seguramente, atendiendo a sus intereses corporativos. Últimamente, para añadir el insulto a la injuria, se vuelve a oír hablar de ampliar o reabrir el mapa eólico.

No es raro que una empresa llegue a un punto en su existencia en el que se enfrente a la disyuntiva de dar el salto más allá de su mercado de origen (muchas veces regional o local) o desaparecer en el torbellino de la competencia internacional. Es, pues, una cuestión de pura supervivencia, que puede asegurarse, de tener éxito, por dos vías: el crecimiento a partir de los propios recursos o la integración en una empresa o grupo más grande, a menudo multinacional. El grupo cooperativo de Mondragón (con 4.000 empleos en Navarra) es un ejemplo de lo primero; la fuerte presencia de multinacionales en Navarra refleja, en parte, lo segundo. Que se opte por una u otra vía depende tanto de la idiosincrasia empresarial como del contexto, es decir, del sesgo de la política industrial y tecnológica (cuando existe).

Tradicionalmente las políticas de fomento han consistido en Navarra en la atracción de inversiones foráneas. Ello ha dado buenos resultados y ha permitido un crecimiento sostenido, con sus efectos ya conocidos sobre la renta y el empleo. A cambio, los centros de decisión están fuera, lo que se ve agravado por el hecho de que la mayoría de las plantas instaladas en Navarra forma parte de grupos multinacionales de diversa, pero siempre elevada, complejidad organizativa. Las decisiones, por tanto, se toman teniendo en cuenta el interés global del grupo, que no va a coincidir necesariamente con el de plantas individuales y, si hay algún sesgo, suele favorecer al lugar donde se ubica la sede social, normalmente su lugar de origen, donde también tienden a localizarse los centros y actividades de I+D. Habida cuenta de que una de las grandes debilidades de Navarra es la carencia de iniciativas empresariales, puede terminar, como consecuencia de este proceso, reducida a un área puramente manufacturera, con el riesgo consiguiente —esta vez sí— de deslocalización, porque los factores que han explicado el atractivo de Navarra para la inversión ni son permanentes ni son exclusivos.

La manera de sortear estos inconvenientes es suscitar actividad a partir del propio potencial y en actividades tecnológicamente avanzadas, ya procedan las iniciativas del sector privado, del público o de la cooperación de ambos. EHN reunía las condiciones para ello. Por un lado, podía haber sido el núcleo de un grupo industrial potente con centro en Navarra (toma de decisiones, I+D); por otro, constituir el motor del desarrollo tecnológico en un campo tan sensible y con tantas posibilidades de futuro como el de las energías alternativas. A pesar del compromiso de Acciona de mantener la sede social de EHN en Navarra, las decisiones de mayor trascendencia ya no se toman aquí y, en cualquier caso, se está al albur de la conveniencia de una empresa cuyo grado de compromiso puede variar por circunstancias que quedan fuera del control del Gobierno de Navarra. Cuando tantos gobiernos desearían tener una herramienta como EHN para incidir en el desarrollo económico y tecnológico, en Navarra se desperdició con razones, las oficiales, de escaso fuste, y mostrando, una vez más, la considerable —y sospechosa— miopía que parece afectar irremisiblemente a la derecha gobernante navarra cuando se trata de tomar decisiones en las que hay beneficios que asignar. La misma diligencia —y opacidad— con que el sector público foral se desembarazó de EHN se puso luego, por ejemplo, en la «nacionalización» del circuito de Los Arcos. No creo exagerado afirmar que la venta de EHN es el mayor error de política industrial que se ha cometido en Navarra en muchos años. Que además se hayan amparado pelotazos y se decidiera invertir, por razones oscuras (las oficiales no son creíbles) y quizá inconfesables, en Iberdrola, muestra claramente el tránsito desde el uso productivo de los recursos públicos al meramente especulativo y la visión caciquil y cortijera que de Navarra tiene UPN.

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