Es de esperar que los resultados de la prueba de esfuerzo (stress test) realizada a la banca española y europea no habrán sentado muy bien en la sede de Banca Cívica (en Madrid) ni, por tanto, en la de Caja Navarra (¿en Pamplona?). Los argumentos utilizados para justificar tales resultados han sido pueriles y consisten, en esencia, en el manido truco de matar al mensajero: el problema está, se ha dicho, en la metodología utilizada, sobre la que existe consenso en Europa. Ha faltado tiempo para anunciar la entrada de capital privado (estadounidense) y, por tanto, el inicio de la privatización de la entidad. Ciertamente, hay que situar la prueba de esfuerzo —que no de solvencia, como se ha llegado a escribir— en su contexto y no perder de vista lo que trata de medir. Como tampoco hay que olvidar las razones que llevaron al Gobierno y al Banco de España a realizar la prueba a un número inusitadamente elevado de entidades. Pero, finalmente, sólo cuatro de un total de veintisiete no la superaron. Así pues, las cosas no parecen ir como se anunció a bombo y platillo —en esa permanente confusión de información con propaganda— que iban a ir. La manera misma en que se anuncia la entrada de JC Flowers en Banca Cívica, y los detalles de la operación, no hacen sino añadir leña al fuego. Vayamos por partes.
La ilación de los acontecimientos puede hacer pensar que la entrada de JC Flowers en el capital de Banca Cívica es una respuesta al resultado de la prueba de estrés. Si así fuera, revelaría una gestión errática y alejada de la prudencia que, según los manuales al uso, debe presidir el gobierno de las entidades bancarias. Un socio no se busca de un día para otro, como si de ir al mercado se tratara. Lo cual conduce a pensar que las negociaciones con JC Flowers se venían desarrollando desde tiempo atrás, quizá antes incluso de anunciarse la fusión de las cajas que conformaron inicialmente Banca Cívica. ¿Quiere eso decir que ya se sabía que iba a ser necesaria alguna inyección de capital? Es probable, pero eso descubre lagunas significativas en la información suministrada a la opinión pública navarra.
El socio elegido es un inversor dedicado al sector financiero (según Bloomberg Business Week está especializado en buyouts —compra de participaciones mayoritarias en una empresa; cuando se trata de empresas públicas se denomina going private—). En algún comentario de prensa —escrito en tono laudatorio a raíz del anuncio de su entrada en Banca Cívica— se define a JC Flowers como un «tiburón» financiero, término que se suele aplicar, con matiz claramente despectivo, a operadores que, lejos de crear riqueza, la sacrifican al beneficio inmediato. En todo caso, de lo que se va conociendo se desprende que JC Flowers o bien no es un lince de los negocios, puesto que junto a transacciones claramente beneficiosas ha protagonizado otras ruinosas; o bien se dedica a operaciones de alto riesgo, seguramente buscando eso que en castellano se describe tan gráficamente con el término «pelotazo». Igualmente se observa una preferencia por entidades públicas o semipúblicas en mala situación. Así ha ocurrido con algún banco japonés o alemán y, recientemente, con la mutua británica Kent Reliance o con Cajasur. Un estimable socio de referencia. Habrá que ver cómo queda la distribución accionarial si JC Flowers se hace finalmente con el 30% del capital de Banca Cívica.
En cualquier caso, no se trata de criticar estrategias empresariales en cuanto tales. Las perspectivas de Banca Cívica pueden fortalecerse con estos cambios y el futuro ser brillante. Pero sí cabe cuestionarse si es la estrategia más adecuada para una entidad con un marcado carácter social y territorial en su mismo código genético y bajo la tutela del Gobierno de Navarra. Las preguntas pertinentes son: ¿Quién decide? ¿Con qué criterio?
J.K. Galbraith, un economista brillante que vuelve a estar de moda en estos tiempos de crisis tras años de injusto ostracismo intelectual, venía a decir en su libro El nuevo Estado industrial que la gestión de las grandes corporaciones se evade del control de los accionistas o propietarios y sus objetivos pasan a estar más relacionados con los intereses de los gestores que con la pura maximización del beneficio. Cuando se trata, además, de empresas públicas o de entidades que jurídicamente carecen de propietario, como las cajas de ahorros, es más fácil aún, de tal manera que se dan auténticos «pelotazos» profesionales sin pasar por escrutinio alguno. Un caso paradigmático de ello fue en su día la gestión de Villalonga en Telefónica. ¿Será Banca Cívica otro conspicuo ejemplo? De alguna manera, en todo este proceso ha habido una confluencia, premeditada o no, de intereses entre los gestores de Caja Navarra y el Gobierno de Navarra. Interés político e interés corporativo que convergen para utilizar Caja Navarra en beneficio propio. La mencionada ausencia de propietario y el déficit democrático de la regulación legal de Caja Navarra han favorecido esta situación, así como el uso propagandístico de la entidad. Cuando los resultados no son positivos, se mira para otro lado y se elude cualquier asunción de responsabilidades. Lejos de eso, los muñidores de la cosa quedan bien protegidos y con los riñones cubiertos.
El fondo de la cuestión es una operación política auspiciada por el dogmatismo inclemente y estulto de Miguel Sanz, aunque sea al enorme coste de perder capacidad de decisión e, incluso, ingresos fiscales. Sanz recuerda a Sansón, ese supuesto héroe que, sin embargo, no se para en barras, con tal de hacer daño: «Y exclamó: ‘¡Muera yo junto con los filisteos!’. Después empujó con toda su fuerza, y el edificio se desplomó sobre los príncipes y sobre toda la gente allí reunida. ¡Los que él mató al morir fueron más numerosos que los que había matado en toda su vida!» (Jueces, 16, 30). Ejemplar.
20 agosto 2010
Un suspenso para Banca Cívica
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Juan
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Etiquetas: banca cívica, Caja Navarra, Sanz, stress test
08 agosto 2010
Independientes en Nafarroa Bai: una aportación
La prensa de estos días se ha hecho eco de la existencia de foros de debate, discusión, reflexión y hasta organización en Nafarroa Bai y al margen de los partidos de la coalición. Particularmente, hay un grupo de independientes (no descubro nada, ha aparecido, además de en la prensa, en algún blog; tampoco se han hecho las cosas de forma clandestina) que se reunieron el pasado cinco de julio para reflexionar sobre la supervivencia de Nafarroa Bai y elaborar sus propias propuestas, especialmente en el ámbito organizativo. No soy quién para hablar en nombre de nadie, ni siquiera para resumir ideas expuestas y mucho menos valoraciones sobre estados de ánimo. Por eso me limito aquí a exponer mis ideas sobre algunas cuestiones que se suscitaron.
No obstante, creo que puedo afirmar, sin incurrir en excesos interpretativos, que la diversidad de aportaciones, orales o escritas, al debate, coinciden —no por causalidad— en tres aspectos:
Estos son los puntos que considero relevantes y que comparto. Junto a ellos, en muchos comentarios se destila una cierta visceralidad contra los partidos. Parece contemplarse a éstos como enemigos, se razona en un marco conceptual dicotómico (y dialéctico) en el que estamos «nosotros» contra «ellos». Seguramente lo que subyace a estas formulaciones es la pasión y el interés con que se vive y siente cuanto afecta a Nafarroa Bai, y eso es bueno. Al menos indica que, si lamentablemente desaparece o se adultera, no será entre la indiferencia o la dejadez. Pero, nos guste o no, los principios deben traducirse en criterios organizativos, en cuotas, en guarismos; en cosas, en suma, prosaicas, frías y que dejan poco margen al apasionamiento o a los brindis al sol, pero que no por ello son menos necesarias. Tan necesarias y tan importantes son, que es lo que está poniendo en peligro a Nafarroa Bai.
Por ello, entiendo que el debate debe partir de dos consideraciones:
En primer lugar, Nafarroa Bai es a día de hoy, para bien o para mal, guste o no guste, una coalición de partidos. Y lo es porque una serie de organizaciones —con la aportación innegable y valiosa de personas independientes— quisieron crearla (por los motivos que fuera y que a día de hoy son seguramente irrelevantes) y pusieron en marcha un proceso que, afortunadamente, ha ido más lejos y se ha desenvuelto con mayor autonomía de lo que seguramente preveían.
Esta coalición es singular porque abarca un espectro ideológico, social y político muy amplio, por más que la sociedad parece situar la coalición claramente en la izquierda. Pero su pluralidad genética y también la diversidad cultural, histórica y organizativa, es un elemento muy a tener en cuenta al plantear posibles evoluciones, porque actúa como una restricción. Hacer un ejercicio de optimización sin tener en cuenta la restricción equivale, en estas circunstancias, a escribir cartas a los Reyes Magos (ejercicio saludable y necesario, pero cuyo momento no es seguramente éste).
Ahí es donde surge, creo yo (estos términos son polisémicos y, por ende, resbaladizos), haciendo de la necesidad virtud, la «transversalidad» como rasgo distintivo de Nafarroa Bai. Transversalidad que, en todo caso, hay que llenar de contenido, no se puede quedar en su mera enunciación (la transversalidad hueca remite a una ingenua fraternidad universal y genera monstruos como movimientos nacionales o sindicatos verticales).
En segundo lugar, ¿qué papel corresponde a las personas «independientes» en este contexto? Entiendo que precisamente por la diversidad ideológica y organizativa de los partidos que la conforman, ser la argamasa, el tejido integrador, el elemento que materializa e impregna de contenido la transversalidad, haciendo viable la coexistencia entre diferentes, precisamente rellenando los espacios entre ellos. Pero por eso mismo, hay que meditar con sumo cuidado la forma de inserción de estas personas en Nafarroa Bai. Creo, y la experiencia de los últimos tiempos lo avala, que es más necesaria que nunca alguna forma de organización. Pero creo también que no puede ser similar a la de los partidos, porque eso seguramente impediría a este grupo realizar su función.
De hecho, entre las personas independientes encontramos al menos la misma diversidad ideológica, seguramente mayor, que entre los partidos, lo cual dificulta enormemente la definición e interpretación de una postura común en muchos aspectos. Y tampoco se libra de la tentación cainita, cuando hay muchas formas de ser «independiente», sin que eso pase por ser ideológicamente aséptica (no creo mucho en las equidistancias); incluso se puede ser independiente «contra» (personas, grupos, partidos). Un grupo difuso (dicho sea en el sentido matemático o en el de la primera acepción del DRAE y nunca en sentido peyorativo), requiere alguna forma de organización igualmente difusa y sutil.
De otra manera, estaríamos en la tesitura de conformar una organización similar a los partidos (llámese partido o no), la dichosa quinta pata (o sexta, o séptima, u octava, vaya usted a saber): una opción legítima y digna de consideración, pero que no es en lo que en este momento estamos.
Por estas dos razones, creo que el debate ideológico intra-independientes no tiene sentido, más allá del establecimiento de un mínimo común, que creo que ya existe, sino que procede ir directamente a la cuestión organizativa. Por otra parte, me da la impresión de que el acuerdo entre los partidos es mucho más fácil en las así denominadas líneas políticas y programáticas (que se pueden pulir y socializar y ya hay alguna iniciativa en esa dirección), mientras que el desacuerdo se centra en lo organizativo.
A este respecto, creo que se debe contemplar explícitamente la presencia de independientes en los órganos decisorios de Nafarroa Bai y la forma de cubrir esos puestos. La paridad absoluta o la existencia de participaciones ponderadas (por el criterio que sea, todos son discutibles) es una cuestión menor si se establecen adecuadamente criterios de adopción de decisiones respetuosos con las minorías o la exigencia de unanimidad o mayorías suficientemente amplias para determinadas decisiones.
Pero al considerar esta cuestión, no hay que perder de vista los condicionantes organizativos. No se trata de poner palos en las ruedas, sino de tener en cuenta todos los aspectos. Por ejemplo, si se propone que el colectivo de independientes elija a sus representantes en los distintos órganos de la coalición, habrá que concretar cómo se define ese colectivo, tarea nada fácil, porque según como se haga obligaría a los partidos a hacer públicos sus listados de militantes, algo impensable. Igualmente, si se piensa en que sea Nafarroa Bai en cuanto tal quien adopte sus decisiones a través, por ejemplo, de asambleas, habrá que concretar cuidadosamente la composición de tales asambleas. Lo mismo ocurre con la tan demandada militancia. ¿Quiénes pueden ser militantes de Nafarroa Bai? ¿Cuál sería su peso en los órganos de la coalición? ¿Es incompatible la militancia en Nafarroa Bai con la militancia en uno de los partidos que la integran? Si lo es, los partidos deberán publicar sus censos de militantes. Si no lo es, tenemos servidas las suspicacias. Insisto, no son objeciones teóricas, sino aspectos prácticos que habrá que tener muy presentes al plantear cualquier alternativa. En su momento ya se planteó alguna propuesta que fue arrumbada sin mayor debate.
Una forma muy eficaz de generar el tejido común tan necesario para la supervivencia de Nafarroa Bai es el trabajo. Por eso, deben existir grupos de trabajo permanente y con una conformación bien definida (para huir del amateurismo; hay que olvidarse de grupos de trabajo de composición etérea y basados en la buena voluntad, porque no son operativos) que se encarguen de dar cuerpo y entidad argumental a las posturas de la coalición, así como de asesorar y arropar a los cargos electos, especialmente en el ámbito municipal. Es una asignatura pendiente y uno de los factores que explican que, a día de hoy, no se sepa qué piensa realmente Nafarroa Bai en muchos temas trascendentales para la ciudadanía, o en qué basa sus apreciaciones. Los documentos, informes o como se quiera llamar al producto excogitado por estos grupos, deberían servir, además, como base para otra actividad igualmente necesaria y que se ha descuidado mucho, como es explicar a la ciudadanía, en toda Navarra, las posiciones de Nafarroa Bai en todos los aspectos de la vida política, social, cultural o económica (de Navarra y del resto del mundo, que para eso somos unibertzales y nada humano nos debe ser ajeno).
Establecidas posturas comunes, creo que lo procedente sería plantearlas a los partidos (no sé si en la Permanente o de otra manera, no se trata de hacer cuestión de principios de todo) y, a partir de ahí, intentar forjar consensos con mucho, mucho, talante del bueno, porque nos corresponde dar ejemplo de flexibilidad, disposición negociadora y sentido común. La autoridad, la legitimidad, hay que ganársela y en eso hay algún camino recorrido; pero también hay que revalidarla continuamente.
Para terminar, una cuestión que en algún momento habrá que considerar y que expongo para la reflexión. Nafarroa Bai surge con un número de partidos. Posteriormente el escenario ha cambiado y hay un nuevo partido, Hamaika Bat, procedente de una escisión de EA. Las personas afiliadas a Hamaika Bat están en una especie de limbo, porque no integran la coalición en tanto que partido y no son estrictamente independientes (digamos que, desde el punto de vista de Nafarroa Bai, serían algo así como «independientes organizados», «independientes de obediencia distinta a Nafarroa Bai», «independientes dependientes no de Nafarroa Bai», o cualquier otra cosa rara que se nos ocurra para definir una situación extraña). La reflexión organizativa también debe alcanzar situaciones como ésta.
Publicado por
Juan
a las
16:35
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Etiquetas: independientes, Nafarroa Bai